viernes, 20 de mayo de 2011

Actividad bloque 4 (Adaptación del libro "Toda clase de pieles")

Toda clase de manjares

Érase una vez dos hermanas gemelas, idénticas como dos gotas de agua, no sólo físicamente sino también en sus habilidades culinarias, ya que eran hijas de un famoso cocinero y habían superado con creces la fama de su padre. Tal era su fama, que un adinerado terrateniente pretendido por todas las mujeres del mundo, viajó desde tierras lejanas para probar los platos de las hermanas. Camila y Carlota, que así se llamaban las gemelas, se enteraron del acontecimiento y prepararon durante días las especialidades de la casa. El adinerado terrateniente, quedó maravillado con los espectaculares sabores de los platos, pero en especial hubo uno que le hizo perder el sentido de lo sabroso que era, este era conocido como la especialidad de la casa: “perdices chocolateadas con corazones de hadas”,  tal fue el impacto que le hizo sentir ese plato, que pidió por favor conocer a las cocineras. En cuanto Camila y él se vieron se enamoraron al instante.

Pocos meses después cuando Camila y Carlota estaban diseñando el menú para la gran boda de Camila con el terrateniente, esta cayó enferma y tuvieron que posponer la boda. Camila, con el paso del tiempo no se recuperaba, y los médicos le dieron pocos meses de vida. Cuando Camila se dio cuenta de que iba  a morir, llamó a su amado y le pidió que le prometiera que nunca en la vida se casaría con nadie que cocinara peor que ella. Él, destrozado por el dolor, abandonó el país y recorrió los mejores restaurantes del mundo entero intentando volver a experimentar el mismo placer que sintió al degustar el plato preparado por Camila.

Un día en un país muy lejano, el terrateniente encontró un pequeño restaurante en un aparatado paraje. Y cual no  fue su sorpresa cuando en la carta encontró como plato estrella “las perdices chocolateadas con corazones de hadas”. Inmediatamente ordenó que se lo trajeran y ansiosamente probó el plato. Cuando llevó su primer pedazo a la boca, le vinieron muchos recuerdos, y del impacto se desmayó. El sabor, era igual o incluso más delicioso que el que había probado la primera vez.

Cuando se recobró, estuvo a punto de desmayarse de nuevo al ver a su amada Camila ante sus ojos. Pasados unos minutos, el adinerado terrateniente empezó a recordar y se dio cuenta de que la mujer que tenía ante sus ojos era Carlota.

Carlota y su familia habían tenido que trasladarse a aquel lejano lugar, porque no tenían suficiente dinero para afrontar los gastos del antiguo restaurante ya que era muy grande y muy costoso de mantener.

 El adinerado caballero llevaba muchos años recorriendo restaurantes de todo el mundo para encontrar una mujer con la que contraer matrimonio, pero no encontró a ninguna cocinera mejor que su futura difunta mujer. Tras pensárselo varias veces, decidió hablar con el padre de Carlota y proponerle contraer matrimonio con su única hija. Carlota era la única mujer que podría sustituir a Camila. El famoso cocinero se quedó impactado con la proposición, pero finalmente debido a la mala situación económica aceptó, y juntos fueron a hablar con Carlota. Carlota, no podía dar crédito a lo que estaba oyendo, pero viendo el  gran interés de su padre aceptó. Ella decidió aplazar la boda lo máximo posible, pensando que el apuesto millonario podría encontrar  a otra mujer mejor que ella. Entonces decidió pedirle dos deseos muy difíciles de conseguir:

El primero de ellos fue un condimento para sus platos. Este era ni mas ni menos que  “virutas de arándanos con gotitas de oro blanco” y el segundo, fue un anillo que tuviera inscritas toda clase de recetas de cocina.

El futuro esposo de Carlota se pasó noches y noches sin dormir en busca de sus dos deseos. Tras un año y medio en busca de ellos, el adinerado caballero los consiguió. Carlota, desesperada y sin ningún sitio  dónde ir, cogió los regalos de su futuro esposo, y huyó.

Carlota, caminó durante días y finalmente se decidió a entrar en un pequeño mesón de pueblo y pidió algo de comer. Al terminar su comida no tenía nada con lo que pagar y a cambio se ofreció a limpiar el mesón. Los dueños aceptaron, y la contrataron como limpiadora, ya que Carlota dijo que no sabía hacer nada y mucho menos cocinar.  

Carlota limpiaba y limpiaba. Cuando  iba  a empezar el verano, la avisaron de que el mesón debía estar más limpio que nunca, ya que como todos los años, Don Augusto, el joven más rico del pueblo pasaría el veraneo allí.  Carlota, entusiasmada pidió a los dueños del mesón hacer la comida mientras Don Augusto estuviera en el pueblo. Los dueños rieron a carcajadas, ya que Carlota se hizo pasar por una inútil cocinera durante todo este tiempo (quería evitar que la reconocieran, ya que de este modo podía ser encontrada por su padre y futuro esposo).

 Don Augusto llegó al restaurante y Carlota asomada por la puerta de la cocina se enamoró nada más verle. Era un hombre alto, de piel muy blanca, ojos claros, era realmente guapo. Augusto, como todos los años, pidió el menú del día. Carlota a escondidas de sus dueños, hizo su propio plato y le añadió unas pocas” Virutas de arándanos con gotitas de oro blanco” para culminar el plato. A la hora de servirlo cambió su plato por el del mesón. 

Don Augusto que era un hombre de buen comer quedó impactado, nunca en la vida había probado un plato tan exquisito como ese. Augusto preguntó quién lo había hecho y los dueños, que sospechaban de Carlota, mintieron para ganarse los méritos. Estos hablaron con Carlota y le preguntaron cómo había hecho la comida. Carlota dijo que con mucho cariño y amor.

A partir de ese día, Carlota hizo la comida para Augusto y éste cada día se quedaba más impactado de lo sabrosa que era. Carlota, completamente enamorada de Augusto, decidió meter la única pertenencia de valor que tenía en su plato.

Augusto empezó a comer como todos los días y cuando estaba terminando se encontró el anillo. Lo cogió y sin pensárselo dos veces entró en la cocina. Carlota se quedó impactada mirándole y este aprovechando su shock intentó ponerle el anillo en el dedo. El anillo entró como la seda y Carlota no podía parar de sonreírle.
Finalmente, Augusto le preguntó si era la cocinera de esos platos tan exquisitos, y ella no pudo negarlo. Augusto le dijo que no sabía como explicárselo, pero quería pasar junto a ella el resto de sus días, le confesó que aunque ella no fuera consciente, él la había estado espiando todos los días desde que llegó al mesón y no le cabía duda alguna de que era la mujer con la que siempre había soñado. Ambos sonrieron y decidieron pasar el resto de su vida juntos.

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